Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1578
Legislatura: 1894-1895 (Cortes de 1893 a 1895)
Sesión: 5 de diciembre de 1894
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Réplica
Número y páginas del Diario de Sesiones: 21, 524-526
Tema: Respuesta a las intervenciones de la oposición

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): ¡En qué situación, Sres. Diputados, se ha colocado el Sr. Azcárate, por lo que puede decirse un conflicto entre dos deberes! Su señoría ha querido acompañar en cierto modo a su compañero y correligionario el Sr. Salmerón en este asunto de lo que SS. SS. llaman colonias. Su señoría, al explicar el pensamiento y al quererse acercar al señor Salmerón para que no quede solo, como yo le dije hace pocos días que quedaría en esta cuestión, como ha de quedar en otras muchas? (El Sr. Salmerón: Ya lo veremos.) Ya lo veremos. Su señoría mismo no acertaba a explicar su pensamiento ni a definir bien sus opiniones. Su señoría, con un desconocimiento absoluto de lo que es nuestro país, como si viviera en un planeta distinto, ha venido a decir aquí cosas que el sentido público no acepta y contra las cuales protesta con toda la energía de su corazón. (Aplausos.)

El Sr. Salmerón dice que va a demostrarnos que no está solo en este punto. Mucho trabajo costará a S. S. hacerlo; algo más difícil ha de ser a S. S. hacer esa demostración, que a mí el demostrar que S. S., que protesta de la inconsecuencia de los demás, no ha sabido ser consecuente en nada, absolutamente en nada más que en una cosa: en las ideas que ha querido defender esta tarde el Sr. Azcárate. (El señor Salmerón: Ya se lo demostraré a S. S.-Grandes protestas y fuertes rumores.) Esa cuestión de las que SS. SS. llaman colonias, es cosa esencial a la Nación. Aquéllas son provincias españolas como las demás, y la madre Patria está dispuesta a defenderlas con su sangre y con sus recursos, como con su sangre y con sus recursos las ha defendido hasta ahora. (Grandes aplausos en los bancos de la mayoría y de las minorías conservadoras.)

El Sr. AZCÁRATE: ¿Quién lo ha negado?.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): No lo habéis negado?

El Sr. PEDREGAL: Es una acusación injusta. (Momentos de confusión, fuertes rumores, varios señores Diputados de todos los lados de la Cámara, puestos en pie, se dirigen palabras que no se oyen.)

El Sr. PRESIDENTE: Orden, orden. Ruego a todos los Sres. Diputados que escuchen al Presidente y le ayuden con su prudencia a mantener el orden, porque de otra manera se hace imposible la discusión.

El Sr. MARENCO: Es imposible estar en la Cámara. (Se reproduce la confusión, grandes protestas en los bancos de la mayoría y de la minoría republicana.)

El Sr. PRESIDENTE: Orden, Sres. Diputados orden.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Yo no os he negado eso. Lo que quiero decir es que la Nación española no ha derramado su sangre a torrentes ni gastado sus tesoros en la manigua, para preparar a la emancipación aquellas regiones porque para eso no había necesidad de sacrificar tanta vida ni de gastar tantos millones. Si allí se ha hecho eso, es porque España quiere que aquellas provincias sean parte integrante de la Nación a perpetuidad (Aplausos), mientras sea posible a la vida de la Nación española. (Grandes y prolongados aplausos.) Hablar en sentido contrario, es hablar contra el sentimiento de la Patria, es hablar contra la integri-[524] dad, contra la unidad de la Nación, y no es extraño que la mayoría y minorías y todo el que sienta en su pecho latir un corazón español, se alarme al oír que se quiere preparar la emancipación de aquellas provincias. (Grandes y repetidos aplausos.)

Aquí nada tenemos que ver con lo que haga Inglaterra ni con lo que haga Francia con sus colonias; nada tienen que ver nuestras provincias de Ultramar con el Canadá y las colonias francesas y holandesas, nada. Haga Inglaterra lo que quiera con sus colonias; hágalo Francia con las suyas; España quiere que las provincias españolas de Ultramar sean siempre españolas y que formen parte de la Nación española las provincias de Cuba, Puerto Ricio y todas las posesiones de Ultramar. (Aplausos.)

Es que no tenéis el sentido de la realidad, es que vivís aislados en el mundo, es que en todo no os dejáis llevar más que de la utopía y de lo imposible.

Y así ha venido también esta tarde a discutir el Sr. Azcárate, tomando motivo de unas palabras que, o yo pronuncié mal o S. S. no entendió bien, y sobre si había dicho yo que el partido republicano no tenía más que dos caminos que adoptar, o venirse a la Monarquía o ir a la revolución, nos ha pronunciado un discurso discutiendo la Constitución y queriendo demostrar que es imposible la compatibilidad de la democracia con la Monarquía.

Pues bien, yo no dije eso, lo que dije es, que a los republicanos que amaban la paz y la tranquilidad de su país, les poníais en este dilema: o acudir a los medios de fuerza y era un dilema en que colocabais a los republicanos que no querían apelar a procedimientos de fuerza y era la situación en que queríais colocar a los posibilistas. De ahí deducía yo que era más patriótico venir a la Monarquía después que la Monarquía había aceptado los principios democráticos, que irse al camino de la revolución, en el cual no ha de haber más que desastres para vosotros, para nosotros y para todos. Tomando pretexto de estas palabras, mal interpretadas por S. S., ha venido a decir como tesis de su discurso, en una de las partes del que ha pronunciado esta tarde, que no era posible que los republicanos vinieran a la Monarquía porque en la Monarquía española no estaban calcados los principios de la democracia. Su señoría en eso no tiene razón, y en eso, como en otras cosas, S. S. es inconsecuente, como lo ha sido el Sr. Salmerón porque S. S. ha admitido en otras ocasiones, en sus libros y en sus discursos, la compatibilidad de la democracia con la Monarquía. ¿No es verdad, Sr. Azcárate? (El Sr. Azcárate: Ya lo creo.) Pues entonces entiéndase S. S. con el Sr. Salmerón, que cree la democracia incompatible con la Monarquía. Lo ha dicho de una manera terminante, absoluta: no soy monárquico porque la Monarquía es incompatible con la democracia. Eso lo ha dicho el Sr. Salmerón; lo ha dicho muchas veces, en contra de lo que tenía escrito y dicho repetidas veces el Sr. Azcárate. (El Sr. Salmerón: Ya discutiremos eso.) Ya lo discutiremos y ya lo estamos discutiendo, y yo le puedo decir a S. S. que el Sr. Azcárate tan cree compatible la Monarquía con la democracia, que yo he leído en uno de sus escritos que los franceses habían obrado tan sabia y cuerdamente restableciendo la República, como Italia conservando la Monarquía. ¿No es verdad que ha dicho S. S. eso? (El Sr. Azcárate hace signos afirmativos.) Pues ya ve que es lo contrario de lo que quiere aquí.

Yo diría al Sr. Salmerón, repitiendo palabras del Sr. Azcárate, que el Sr. Azcárate cree que los principios de la democracia están tan perfectamente encarnados en la Monarquía inglesa, que no ha habido República, ni moderna ni antigua, ni siquiera la República de Platón, en la cual estuvieran tan bien desarrollados los principios democráticos como en la Monarquía inglesa; como en la Monarquía inglesa, con un Senado que no tiene nada de democrático, como sabe el Sr. Salmerón, con una Cámara alta aristocrática, vitalicia y hereditaria, que era el gran obstáculo que ofrece, según S. S., la organización española para que la democracia no pueda prosperar dentro de la Monarquía. Entiéndase S. S. con el Sr. Azcárate para ponerse de acuerdo.

Yo puedo decir al Sr. Azcárate, a no ser que S. S. sea de esos a quienes les gusta lo extranjero, por ser extranjero, más que lo nacional, que hoy no están en Inglaterra tan desarrollados los principios de la democracia como lo están en España.

Si a S. S. le parece buena la Monarquía inglesa por la libertad que dentro de ella se puede desenvolver, ¿qué no le debe parecer la Monarquía española, dentro de la cual se desenvuelve la libertad tan ampliamente como puede desenvolverse, y más que en la Monarquía inglesa?

¡Que no están determinados en la Constitución los derechos individuales! ¿En qué Constitución inglesa están determinados esos derechos?

Yo no dije a S. S. que esos derechos estuvieran consignados en la Constitución; lo que dije fue que estaban consignados en nuestras leyes y que habíamos podido hacerlo sin pugnar con la Constitución porque estaba hecha con tal arte, que dentro de ella cabía el desenvolvimiento de los derechos individuales. ¿Qué diferencia encuentra S. S. entre lo que pasa en Inglaterra respecto a este punto y lo que pasa en España? Y si allí la democracia es compatible con la Monarquía, ¿por qué no ha de serlo aquí?.

De consiguiente, la evolución de todos aquellos que en un principio creyeron que la democracia no era compatible con la Monarquía, y que después han visto prácticamente que lo es, es una evolución legítima, natural y patriótica. Lo que no es lógico, natural ni patriótico, es que a pesar de haberse convencido muchos de que la democracia cabe dentro de la Monarquía, insistan en no entrar en la Monarquía, cuando de eso hacían cuestión en un principio y está determinado y demostrado en diversos manifiestos que oportunamente diré.

Después de todo, Sres. Diputados, el Sr. Salmerón, con los antiguos demócratas, no le ponían a la antigua Monarquía más que una falta: la de que pudiera no ser compatible con la democracia; pero si no, el mismo Sr. Salmerón se conformaba muy bien con ser monárquico.

El Sr. SALMERÓN: Inexacto de todo punto. Yo demostraré a S. s. que no oye los textos, y si los oye, los oye mal.

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Yo, aparte de lo que tuve el gusto de decir ayer tarde al Sr. Salmerón, de que aceptaba la Monarquía aún con la eventualidad de que eso no se realizara [525] y que la democracia no encarnara en la Monarquía, he de decirle ahora que al fin y al cabo los posibilistas que han hecho la evolución y los demócratas que la hicieron antes, la han hecho después de enterarse de que la democracia, que era su principio esencial, encarnaba dentro de la Monarquía, mientras que S. S. quería la Monarquía sin saber si la democracia encarnaría o no en ella. (Aplausos.) Porque, supóngase S. S. que D. Fernando de Portugal hubiera aceptado la Corona de España, y que España se la hubiera otorgado, que faltaba también esta suposición, que era la principal, ¿es que S. S. sabía que la dinastía de D. Fernando de Portugal aceptaría, como ha aceptado después la Monarquía española, todos los derechos individuales, el Jurado, el sufragio universal y todos los principios y doctrinas de la democracia?

El Sr. SALMERÓN: Ya le diré a S. S. respecto de eso lo que hace falta. No trate S. S. para obtener éxitos, de alterar los hechos. (Rumores.)

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): ¿Es que niega S. S. que proclamó la candidatura de D. Fernando de Portugal? ¿Es eso lo que niega S. S.? (El Sr. Salmerón: No niego eso.-Grandes rumores.) Pues todo lo demás son consecuencias. Yo lo que le digo a S. S. es lo siguiente: si no tenía S. S. la seguridad absoluta de que D. Fernando de Portugal aceptara todos los principios democráticos que ha aceptado después la Monarquía española, si no tenía esa seguridad, es claro que aceptaba la Monarquía en la eventualidad de que los principios democráticos quedaran fuera de la organización del Estado, mientras que los demás a quienes critica S. S. han hecho la evolución sabiendo que los principios democráticos están dentro de esa organización. (El Sr. Salmerón: ¡Valiente democracia! (Rumores.) ¡Valientes republicanos sois vosotros! (Aplausos.) Porque, después de todo, S. S. ya se conformaba con que, no queriendo aceptar Don Fernando de Portugal la Corona de España, se eligiera otro candidato, y aquí ya desaparece la gran razón que daba S. S. para haber prescindido de sus grandes ideales.

¿Quiere S. S. que le lea la parte de su manifiesto que se refiere a eso? (El Sr. Salmerón: No tengo inconveniente.) Así verá S. s. que no tergiverso hecho ninguno, que discurro sobre hechos, nada más que sobre hechos.

Decía el Sr. Salmerón: "Mas si esto no prevalece (la candidatura de Don Fernando de Portugal), si el candidato nacional no es posible por culpa de los hombres, cuando el derecho del suelo y la ley de la historia lo reclaman de consuno, entonces sólo cabe un candidato popular que no responda a los intereses de una oligarquía, sino a las justas aspiraciones de una democracia. (El Sr. Romero Robledo: ¡Ángel I! Grandes risas.)

El Sr. SALMERÓN: ¿No dije más que eso?

El Sr. Presidente del CONSEJO DE MINISTROS (Sagasta): Yo no sé si S. S. dijo más, pero basta, porque si S. S. dice otra cosa en contrario, será una de tantas contradicciones en que incurre S. S. (Muy bien. El Sr. Salmerón pide la palabra.) Pero, en fin, como el Sr. Salmerón ofrece ocupar la atención del Congreso, y me ha de dar lugar a rectificarle y replicarle, lo cual hago yo con mucho gusto porque me agrada contender con S. S., voy a decir cuatro palabras al Sr. Mella.

No es que sienta yo, Sr. Mella, que aquí se traten cuestiones académicas ni cuestiones de Ateneo; lo que lamento es que se traten inoportunamente y cuando pueden estorbar a otros asuntos más propios de las cámaras deliberantes. (Aprobación.- El Señor Vázquez de Mella: Al Sr. Abarzuza, que es quien las ha suscitado.) Contestando a S. S.

Por lo demás, ¿qué quiere S. S. que le diga? Tratándose de los carlistas, yo tengo que andar con mucho cuidado. (Risas.) Y no es que me encoja de hombros cuando de los carlistas se trata; es que cuando veo a SS. SS. meter ruido, me admiro al contemplar cómo después de los innumerables perjuicios que han ocasionado al país, después de las desdichas que sobre él han traído, después del considerable retraso de más de medio siglo en que vive España respecto de Europa por causa de los carlistas, puedan los carlistas tomar otra actitud que la del remordimiento como buenos españoles y de penitencia como buenos católicos. (Prolongados aplausos.- Muchos Sres. Diputados felicitan al orador.)

El Sr. PRESIDENTE: Se suspende la discusión.



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